Así se siente tener el corazón roto.
Te despiertas en la mañana y ves en tu teléfono la bandeja de entrada vacía. Ya no hay un “¡Buenos días, amor!” esperando por ti…
Es tener un mal día y no tener con quien quejarte.
Es pensar en algo que quieres hacer y recordar que ya no está para que planifiquen sus salidas.
Vas a los lugares que visitaron juntos y tratas de no dejar que los recuerdos abrumen tu corazón.
Es tener un nudo en la garganta todo el tiempo, pero no sabes cómo deshacerte de él.
Es tener cada cosa que te recuerda a tu amado. Desde el color del coche que conducía o las canciones que solían escuchar juntos.
Es el deseo de compartir buenas noticias con él, pero no ser capaz por miedo a parecer estúpido por recurrir a él de nuevo.
Es reunir el coraje para no responder a su Snapchat porque sabes que no te hará ningún bien.
Es que termines un día perfecto con un buen grito porque sabes que ya no está ahí para hablar de ello.
Es tener que pretender no haber escuchado cuando los miembros de tu familia te pregunten acerca de él, como si no pudieran ver que estás completamente destruida.
Es tomar una ducha en el medio del día o en medio de la noche simplemente porque necesitas una salida y porque no puedes soportar que tu madre escuche a su niña sollozar más.
Es tener que escribir todo porque sientes como las personas que te rodean han oído suficiente sobre el mismo tema y la misma persona.
Es tener que encontrar algo nuevo para mantenerte ocupada todos los días porque sabes que si no tienes nada que hacer, te convertirás en prisionero de tu tristeza.
Estás repitiendo todo en tu cabeza con la esperanza de que vayas a descubrir donde todo salió mal.
Es tener que acostumbrarte a la idea de que tarde o temprano encontrarás a alguien más y que ese alguien no será tú.
Te despiertas y tiene que hacer todo de nuevo, todos los días.
Eso es lo que se siente tener el corazón roto.
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